jueves, 26 de junio de 2008

CASA DE PATRICIA Y LEONARDO FRANCO

INFORME DE TRABAJOS REALIZADOS
CASA DE PATRICIA Y LEONARDO FRANCO


- GRUPO COLIBRI -


11 de setiembre de 2004

Como actividad nueva para mí –probablemente el grupo ya lo habría hecho en alguna otra ocasión en alguna otra casa- fuimos a la casa de Juancito, Patricia y Leonardo Franco, quienes gentilmente habían invitado al grupo a pasar ese sábado un rato juntos y conocer su lugar de vida.

La idea que yo particularmente tenía era la de una velada de grupo, charlando, comentando experiencias pasadas y proyectando otras, escuchando a Carlitos mientras comíamos y bebíamos algo de todo lo que habíamos llevado. La consigna era de llevar cada uno algo para compartir con los demás.

Luego de reunirnos en el Centro Hakuna Matata, nos distribuimos en los automóviles que había disponibles y en caravana nos dirigimos hacia el este, para la zona cercana al Empalme Olmos donde se encuentra situada la casa, dentro de un terreno de varias hectáreas, rodeada por bosques de eucaliptos jóvenes.

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Luego de los primeros momentos de reencuentro del grupo, nos disponemos a trabajar al aire libre, dentro del predio de la casa.

Quiero destacar antes un detalle que, cuando llegamos y al descender de los automóviles, me llamó poderosamente la atención. Se trata de un sitio que alcancé a ver entre la oscuridad, algo así como una especie de círculo de piedra, en donde sentí claramente la necesidad de trabajar. Más adelante veríamos que tomando como centro el sitio elegido para el trabajo, hacia un lado del grupo quedó este sitio y exactamente hacia el otro se manifestó la presencia negativa de la dualidad.

Retomando el relato, elegimos entonces para realizar el trabajo un claro entre unos árboles detrás de la casa, entre los que se formaba una especie de lugar circular muy cómodo para contener al grupo aunque, como sentimos algunos después, puede no haber sido el más apropiado para ello.

Comenzamos mantralizando, elevando las escalas vibratorias individuales y las del grupo y, dirigidos por Carlitos Fernández, fuimos imaginando la cúpula o domo de energía verde que nos cubría, la cual luego fuimos ampliando sobre el lugar y creciendo hasta cubrir el país, América, el planeta.

Inmediatamente después, inducidos por las palabras de Carlos comenzamos a recibir energía de luz dorada, en movimiento, que bañaba al grupo.

Es en este punto en donde puedo fijar hoy mi recuerdo de conexión con mi interior, es decir, mi real entrada en meditación profunda. Es entonces que comienzo a sentir leves ráfagas de viento helado en el cuello y en las manos, estas últimas extendidas hacia delante con las palmas hacia arriba, mientras como en tantas ocasiones anteriores, siento en los dedos índice de cada mano los característicos toquecitos, la clara sensación de que me tocan ambos dedos de manera rítmica, firme y perfectamente sensorial, sin dejar lugar a duda alguna. Me mantuve con los ojos cerrados, manteniendo la imagen de la energía dorada y el domo o cúpula del lugar, disfrutando ese contacto sensorial en los dedos, con el que según me explicara Carlitos los guías van sintiendo o “midiendo” como estamos a niveles sutiles de energía.

Momentos después, abro los ojos y comienzo a ver una energía diferente a la que Carlitos nos proponía imaginar, como una bruma o niebla de color blanco que subía dentro del círculo que habíamos formado y nos envolvía a los que allí estábamos, pasando entre las piernas y rodeando los cuerpos de cada uno, que giraba en sentido antihorario y muy desordenadamente, por momentos de manera casi frenética. Intuí que esa energía no era positiva, me llamaba mucho la atención no sólo su color poco definido –la indefinición es a veces pauta de negatividad o, al menos, de presencia de debilidad y dudas- y sobre todo la fuerza a veces casi violenta con la que giraba, se retorcía y nos envolvía.(*)

Continuamos la mantralización, utilizando la clave antigua de apertura que es el Zin Uru, y nuevamente con los ojos cerrados, manteniendo el rítmico triángulo respiratorio y la posición de recepción de energía, me dejo llevar por la energía y la vibración.

Siento casi enseguida una voz que decía –o sonaba- algo así como “AMILA”, y que yo vinculé a o interpreté como la Guardiana del lugar, ya que coincidió con que en determinado momento Carlitos vuelve a agradecer a las jerarquías, guías, maestros y a los guardianes, y esta voz la siento cuando justamente él pronuncia la palabra “guardianes”. Tengo la firme convicción en ese momento que la presencia es femenina, su energía y su fuerza lo eran, más allá de que Amila, palabra que interpreto como su nombre, suena a nombre de mujer pero bien puede ser aplicado a un ser masculino. En fin, estas son conjeturas que en ese momento no hice, por tanto me remito simplemente a informar que senti esa presencia como femenina y a ese sonido como su nombre, con la absoluta certeza de que se trataba de una Guardiana del lugar. Tambien ahora y en relación con esto, reflexiono y me doy cuenta que no escuche su voz, ya que de tal manera hubiese notado si se trataba de voz de hombre o mujer. Extraño, pero “senti” ese vocablo de manera clara y potente, aunque no sonora... Me trae recuerdos de otra meditación pasada en la que también senti de la misma forma la palabra “Aimará”.

Momentos después, Carlitos le solicita a Vïctor González que guíe el final de la meditación. Víctor efectúa un agradecimiento a todas las jerarquías y luego nos invita a elevar juntos la Gran Invocación. Al finalizar, este da por terminada la sesión de trabajo y todos nos damos un fraterno saludo de paz y amor.

Un detalle que quiero dejar escrito es que al comentarle allí a Carlitos de esa presencia femenina y ese “nombre” que senti, el me sugirió –o debería decir propuso- la posibilidad de que se tratase de un anagrama, o de una palabra invertida. Me dijo “¿cómo se lee, al derecho o al revés?”, lo cual me dejó pensando en “Amila” o “Alima”.

Después, todo el grupo nos dispusimos a beber y comer algo de lo que habíamos llevado, y Leonardo, el dueño del lugar (un espíritu grande y original), nos sirvió una riquísima Grappa, muy fuerte pero en mi caso y para el frío del momento muy oportuna, de la cual bebí dos copitas.

Conversamos de lo hecho en el monte y Veo un ser en la pared sobre Juan José, al que le tomo una fotografía, para luego tratar de definir con la computadora. Evidentemente se trata de una mancha de humedad en la pintura, pero no deja de llamarme la atención.

En un momento dado, Martín manifiesta haber sentido la presencia de la negatividad o manifestación dual, y yo siento esto como confirmación de mi propia sensación. Víctor también corrobora con una percepción semejante y Carlitos, de inmediato, detiene el rumbo de esas expresiones, cambiando de tema. Queda claro entre muchos allí –si no todos- que hubo una manifestación de negatividad presente que incluso llego a generar un ligero temor en varios.

Roberto Menjoulou
Shrah Ton


(*) Nota: En letra itálica, transcribo literalmente lo que pude escribir en una hoja suelta al regresar a casa esa misma noche.
“Vi claramente la energía verde y dorada, y el torbellino de energía blanca, como leche aguada, que giraba en sentido antihorario sobre nosotros en rueda, y luego las presencias oscuras desde la izquierda de mi posición, uno en especial muy grande, muy fuerte y que presentó cierta resistencia a dejarnos trabajar y a retirarse, pese a que con los ojos abiertos vi a Martín, frente a mi y levemente a la derecha, hacerle frente. No sé exactamente como lo vi, ya que estaba oscuro, pero en ese momento entendí que él estaba lidiando con esa presencia negativa. La dualidad se manifestó fuertemente, incluso los perros ladraron mucho durante el Zin Uru. Vientos helados repentinos, brisas muy frías. En el bosque lindero a la entrada y justo de frente al sitio de donde provenía ese ser de negatividad, se formó entre las copas de los eucaliptos una forma muy parecida a la de Cristo, que luego le mostré a Víctor González”.

RELATO DE UN MILAGRO EN AURORA

Evangelio Tercero, tercer milenio.

Y sucedió que en cercanías del valle de las aguas cálidas de salud y en camino a la vertiente del río del Hombre de Día, que separa las tierras del gran Salto al norte con las de Sandú el anciano Padre, más al sur, y a poco más de sesenta estadios de la gruta de sanación del Santo Pío de Aurora, hallábanse las tierras conocidas como de la Santa María, tierras de labranza y albergue. Y moraban en ella Iamandú y Aracoeli, padres de Gabriel, de Germán y de Guillermo.
Era en aquellos tiempos Iamandú respetado por su sabiduría y su experiencia, y junto a su mujer eran amados por sus vecinos a causa de su hospitalidad y generosidad, lo que provocaba que fuesen visitados constantemente. Viajeros y peregrinos, amigos y desconocidos, ricos y pobres, mercaderes y gentes de labranza, recibían todos trato amable, gentil, justo y generoso.
Corrían entonces los primeros días del milenio tercero desde la llegada del Hijo del Padre, y debiendo ser aquellos tiempos estivales y plenos de luz y calidez, veíanse en cambio los cielos encapotados y grises, y fulgores como relámpagos se veían en los cuatro horizontes, y finas lluvias se precipitaban por doquier de entre las cerradas y obscuras nubes.
Y encontrábanse Aracoeli y Iamandú en la cocina encargados de la preparación de los alimentos para los agasajos de aquella tarde, y acompañábanlos en afectiva charla David de los Andes y su mujer, Celia María la de dulce voz, y estaba con ellos también Gabriela, mujer de Roberto, aquella que sanaba mediante la ciencia. Y encontrábanse también en Santa María de Sandú provenientes del sur varios hermanos de amistad y discípulos de Iamandú, llegados de la lejana ciudad del Monte de Dios. Y eran estos Roberto de Gabriela, hermano de Alejandro, y su joven primogénito Andrés Micael, quienes caminaban en compañía de Susana, aquella ungida por el espíritu de la revelación, a la vera de los sembrados en los que se encontraba paciendo el hirsuto cordero de retorcidas astas y una sola oveja de las dos que le hacían pareja, habiendo escapado la otra antes por temor hacia un corral vecino.
Y hallábanse por todas partes las aves todas en el suelo, o sobre las vallas y estacas de las cercas y sobre las ramas de las plantas que allí crecían, esperando para servirse de las sobras de las colaciones de la tarde. Eran aquellas horas del ocaso y aunque habiendo cesado ya, las lloviznas hubieron humedecido los suelos y el aire, por lo que tantos como allí se encontraban tenían los pies mojados en aguas de los cielos.
Y aunque no visibles a ojos de los hombres, encontrábanse también allí y el todo el lugar, los santos hermanos Pío y Tomás, quienes tenían a su cargo divinos deberes de sanación y acompañaban al hermano Ángel María de Aurora, padre de Angelito y Tulio, quien había desencarnado pocos días atrás en la cercana aldea de Salto. Y repentinamente todo fue silencio, y calláronse los perros y las aves, y quedáronse inmóviles los caballos y las reses y los demás animales que allí cerca estaban.
Y salió Aracoeli de la cocina dando voces a quienes allí estaban anunciando un inusual acontecimiento, que era éste la visión de un maravilloso haz de luz de tenues colores que emergía del monte de las vecinas tierras a la diestra del olivar, y elevábase al cielo lentamente. Y vieron todos con extasiada paz aquel suceso de los dominios celestes, y sintieron el silencio de las aves y la frescura en los pies. Y salieron fuera todos los que no estaban y supieron al verlo que estaban ante un hecho divino, y quedáronse extasiados observando lo que con aquel haz de luz acontecía.
Y sucedió que el haz fue tornándose cada vez mayor y comenzáronse a ver dentro de él diversos colores como los del arco iris, pero con una intensidad que trascendía lo natural. Y enfrentaba este haz al poniente, donde el sol yacía ya sobre el borde del orbe conocido y sus rayos de dorada incandescencia teñían las nubes que de él más cerca se hallaban. Y quiso Dios que la luz del lugar tornárase de oro, y los nubosos cielos se abriesen para dar paso a tan fantástico fulgor. Y completóse luego el primigenio haz de luz frente al astro yacente de modo que a norte y sur se veían maravillas, que eran el sol ocultándose y el divino misterio de luz formándose. Y tornóse luego éste en un arco completo de firmes colores como los de los ángeles, creando la forma que los mortales y los otros dan en llamar el aura de Jesús, el Cristo, y su centro se situó de manera perfecta en el sagrado monte de los olivos, y cada uno de sus extremos en las vecinas tierras que a diestra y siniestra lindan con Santa María, mientras su punto superior elevábase muy arriba hacia los cielos. Y quiso el Señor que la paz reinara sobre los que allí se encontraban, y una serena alegría se adentrara en sus almas y calma en sus corazones.
Y tornóse el silencio como música de los cielos, y bañó la luz de oro a quienes allí observaban, haciendo que todo lo visible se impregnase de ese color. Y tiñéronse montes y prados de color del oro, y convirtieron los nobles olivos sus hojas en hojas de oro. Y todos quienes allí observaban en éxtasis la maravilla oraron en silencio y sintieron en si mismos la presencia del Espíritu Santo. Y sintiéronse en el éter las fragancias de rosas de la Madre.
Y tanto Aracoeli y Iamandú, como Gabriela, Celia María y David, se maravillaron ante la visión que de Susana, Andrés Micael y Roberto se formo frente a sus ojos, ya que quedaron éstos debajo del gran arco Crístico de colores, enmarcados por las doradas praderas y con los también áureos olivos de fondo, y bañados completamente por ese divino fulgor que también les convertía en seres de tan precioso color. Y duró esta visión tanto como necesito el sol en esconderse tras el horizonte y aún más, y emocionados todos y sensibilizados, bañados en el amor divino, reuniéronse luego a comentar aquel milagro, regalo y bendición de Jehova, nuestro Padre creador, suceso que tuvo el poder de instalar en sus corazones el gozo y la presencia de santidad.
Alabado sea Dios.